Platja del Far de Sant Cristòfol: el rincón donde el mar se mezcla con la historia
Hay playas que simplemente están ahí, esperando que alguien las descubra. Y luego están las que ya lo han visto todo: tormentas, barcos, abrazos de verano, partidas de cartas bajo la sombrilla y generaciones enteras aprendiendo a nadar. La playa del Far de Sant Cristòfol, o simplemente, la playa del faro de Vilanova es de estas últimas. Una playa con alma, con faro… y con historia.
Porque aquí, entre la brisa salada y el sonido constante de las olas, el mar no solo se ve, se siente. Y eso, amigo lector, no pasa en todas partes.
¿Quién la va a disfrutar más?
A ver, cualquiera que ame el Mediterráneo con un mínimo de sensibilidad va a conectar con este lugar. Pero si nos ponemos a hilar fino…
- Parejas que buscan un entorno bonito sin el barullo de las playas más céntricas. Aquí los atardeceres tienen banda sonora propia.
- Familias que quieren aguas tranquilas, buena visibilidad y acceso cómodo para los más peques (y para los carros, que no es poca cosa).
- Gente local que no necesita sorpresas: saben que aquí tienen lo justo y necesario sin que se les agobie el alma.
- Visitantes curiosos, que no se conforman con la playa más famosa y quieren descubrir joyitas con sabor a pueblo.
- El colectivo LGTBI+, que en Vilanova en general y en esta playa en particular, se siente seguro, libre y acogido.
- Fotógrafos, paseantes, lectores y despistados que vienen sin expectativas y se acaban enamorando del lugar.
No es una playa para hacer postureo. Es una playa para estar. Y estar bien.
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Aquí no hay chiringuitos a todo volumen ni redes de vóley cada cincuenta metros. La Platja del Far es tranquila, familiar y sobria, pero sin dejarte tirado:
- Duchas públicas a pie de arena, bien ubicadas y siempre en funcionamiento.
- Zona de hamacas y sombrillas para los que prefieren comodidad a aventura.
- Punto de vigilancia y socorrismo en temporada alta, con equipo amable y profesional.
- Accesibilidad garantizada, con pasarelas de madera hasta la zona húmeda, ideal para personas con movilidad reducida o carritos infantiles.
- Algún chiringuito cercano, pero fuera del bullicio. Lo justo para tomarte algo fresquito sin hacer cola ni competir por una mesa.
Y si quieres más vida, solo tienes que caminar unos minutos hasta Ribes Roges. Pero aquí… aquí vienes a otro ritmo.
¿Dónde está exactamente?
La playa se encuentra al norte de Vilanova, justo donde empieza a levantarse el majestuoso Faro de Sant Cristòfol, un faro de verdad, de los de película, blanco y esbelto, que lleva ahí desde finales del siglo XIX guiando marineros y enamorando a locales y turistas.
Está pegada a la antigua estación marítima, al Club Nàutic, y muy cerca del acceso al paseo marítimo. Lo bueno es que puedes venir andando desde el centro sin darte cuenta de lo que has caminado. Lo bonito es que, cuando llegas, el entorno ya te ha preparado para bajar revoluciones.
¿Y hay algún monumento?
Pues sí, el propio faro es el gran protagonista. No hay esculturas modernas ni instalaciones artísticas que busquen likes en Instagram. Aquí lo que tienes es un faro auténtico, con historia, con alma, con salitre. Uno de esos que parecen sacados de un cuento de marineros.
Y si te gusta la arquitectura, justo detrás tienes el Chalet Miramar, un edificio centenario con historia propia, hoy reconvertido en centro cívico. Nada de cartón-piedra. Esto es historia real.
¿Tiene alguna distinción oficial?
Sí, como muchas otras playas de Vilanova, la del Far ha obtenido la Bandera Azul en varias ocasiones, lo que certifica la calidad del agua, la seguridad, la limpieza y la gestión ambiental responsable.
Pero más allá de eso, lo que tiene es una reputación sólida entre los propios vilanovins. Y eso vale más que muchos premios: cuando la gente del lugar sigue yendo a la misma playa año tras año, es porque algo bueno hay.
Un poco de historia, que nunca sobra
La playa ha sido siempre parte del corazón marinero de Vilanova. Desde el siglo XIX, el faro servía de guía para los barcos pesqueros y comerciales que llegaban al pequeño puerto, y la zona creció en torno a él: casas bajas, caminos de tierra, olor a redes mojadas y gaviotas en los tejados.
Durante décadas, esta parte del litoral fue usada principalmente por la gente del barrio, sin grandes infraestructuras. Solo con el paso del tiempo se fue adaptando como espacio de ocio, pero sin perder ese aire de sencillez que la hace única.
Hoy sigue teniendo ese sabor auténtico, entre la nostalgia del pasado y el cuidado actual. No se ha convertido en un parque temático. Sigue siendo una playa de pueblo. Con su faro, su luz y su brisa que huele a memoria.
Una playa que no necesita gritar
La Platja del Far no es escandalosa. No intenta llamar la atención. No lo necesita.
Te recibe con su arena fina, su faro orgulloso y un mar que, incluso en agosto, parece susurrar más que rugir. Es la playa del equilibrio: entre historia y presente, entre silencio y vida, entre lo cotidiano y lo especial.
Así que si lo que quieres es tumbarte sin prisa, mirar el faro, mojarte los pies y sentir que todo va un poco más lento, ya sabes dónde te espera.
Y no te preocupes si no haces fotos. Hay lugares que no necesitan ser documentados. Solo vividos.
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